LA HISTORIA DE PHOEBE, UNA AGAPORNI “NO PAPILLERA”
La compramos en una parada del mercadillo y como todas las aves que se venden allí era salvaje. El único contacto con humanos que tenía era el de la gente que se pone cada miércoles (que es día que viene el hombre del mercado) a mirar los animales que traen.
Llegó a mi casa asustadísima y cada vez que me acercaba a la jaula chillaba como una loca. El piar era estridente y me recordaba al grito que hacen las mujeres africanas... un chillido que se te mete en la cabeza.
Tenía unos 3 o 4 meses. Así era cuando llegó.
Esta foto es del primer día de llegar a casa. Como podéis ver el pico ya casi no lo tenía negro, así que más o menos tendría la edad que he comentado.
Puse su jaula en el comedor para que estuviera siempre acompañada y se acostumbrara a vernos. La jaula quedaba justo detrás del sillón de mi marido y tuve que quitarla y cambiarla de sitio porque por la noche, cuando estábamos en la tranquilidad del hogar, después de cenar y viendo (o mejor dicho, durmiendo) la tele como pasa en la mayoría de hogares, nos despertábamos sobresaltados por algún chillido de esos… parecía que lo hiciera adrede, jejeje, no veas los sustos, de infarto! Un chillido que te daba un vuelco al corazón y hacía que te acordaras de su presencia (y de paso, de toda su familia agapornil).
Los dos primeros días solo me acercaba a la jaula para hablarle cariñosamente, y cada vez que pasaba por delante de la jaula le decía cositas.
A partir del tercer día empecé a meter la mano en la jaula. Ella se asustaba mucho y se iba a la esquina contraria a refugiarse.
Yo me quedaba quieta, sin forzar la situación para que ella viera que no quería hacerle daño.
Empecé a mostrarle pipas y poco a poco se fue acercando a investigar. El carácter curioso y cotilla de estos animalitos puede más que cualquier miedo.
Los primeros días venía, cogía rápidamente la pipa y se iba a una esquina a comérsela. Repetía el mismo trayecto con todas las pipas que le daba y en cuanto terminaba de comerse una parecía que esperaba la segunda. Como son aves que no utilizan las patas para sujetar la comida y llevársela a la boca, necesitan un lugar de apoyo para comer. Ella se iba encima de una caja de cartón que le puse a modo de casita-refugio, pero que utilizaba para posarse encima y observar todo lo que pasaba a su alrededor.
A los diez días más o menos conseguí que se quedara en mi mano a comerse la pipa. Es más, cuando vio que yo no representaba ningún peligro para ella, en el momento que ella cogía la pipa, si yo retiraba la mano, ella se quedaba allí esperando y pidiéndome con la cabeza que la dejara apoyarse allí para comer. Era muy gratificante ver como progresaba.
A los 15 días más o menos, después de acercamientos metiendo la mano en la jaula con pipas y haber conseguido que comiera de mi mano sin ningún miedo, empezó a ponerse arisca. Venía, cogía la pipa, la tiraba y me picaba muy fuerte emitiendo uno de esos chillidos como diciendo que era ella la que dominaba la situación. Parecía que ya no le gustaba aquello. Dejó de comer las pipas que tanto le gustaban.
Informándome en varios foros, y viendo lo bueno que era sacarlos de su jaula para que disfrutaran de unos momentos de libertad y a la vez que hicieran ejercicio para estirar las alas nos decidimos a dar el gran paso.
Esperé un día en el que no estuviera sola para así poder tener ayuda en el momento de devolverla a la jaula.
La primera vez que la soltamos se pasó volando de una lado a otro del comedor asustadísima, buscando lugares altos donde refugiarse y emitiendo sus ya famosos chillidos.
Estas fotos son de su primera salida.
Para cogerla tuve que estar persiguiéndola sin descanso, subiéndome a las sillas para intentar alcanzarla. Creo que me cansé antes yo de correr que ella de volar. Pero en una de sus huidas no llegó a alcanzar bien el lugar donde quería posarse cayendo al suelo, y aprovechamos para tirarle una camiseta por encima para cazarla. La cogimos con cuidado pero con tan mala fortuna que al no ver bien como estaba colocada, la cogimos del revés y aprovechó para darle un picotazo a mi marido que le arrancó un trozo de piel y le hizo sangre… menudo piercing!!! Y, volvieron a empezar los chillidos que hacía días que habían ido disminuyendo.
El segundo día la solté estando yo sola y pasó más o menos lo mismo que el día anterior. Coloqué estratégicamente sillas por todo el comedor en los sitios en los que ella iba a refugiarse, y me pasé como media hora corriendo de un sitio a otro y subiendo y bajando de las sillas. Era como una película de cine cómico. Finalmente me tuve que ayudar de un cubo grande de plástico transparente para cazarla aprovechando que estaba cansada y se había posado en la cenefa del comedor.
Pero la tercera vez que la saqué decidí no perseguirla para cogerla pues se asustaba más. Le puse la jaula con las puertas abiertas por si quería entrar, pero nada. Se pasó unas 4 o 5 horas subida a la lámpara del comedor muerta de miedo. Llegó la hora de comer y así lo hicimos, con ella observándonos desde lo alto de la lámpara y sin hacer intentos de bajar. Pero con el paso de las horas, el hambre y la sed hicieron el milagro y cuando vio que tenía mijo en la mano vino volando a mi, muerta de hambre. Pudimos filmarlo y os pongo el video del primer día que vino volando a comer en mi mano. Así fue como pude meterla, despacito para no asustarla, de nuevo en la jaula.
Este es el gran momento.